Capítulo IX: Monroe.

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Comienza la historia desde el punto de vista de Nessie.

Los aullidos de los lobos nos despedían de Forks, los mismos aullidos que posiblemente despertaran a mi lobito. Lo había dejado solo, no tenía fuerzas suficientes para despedirme. Quizá él se enfadaría cuando despertase, quizá me odiaría por haber sido una cobarde. Pero tenía que entenderlo. Era una niña, no podía soportar esa carga emocional. Mi madre pasó a la parte trasera del coche, me abrazaba y me besaba mientras mi padre nos miraba por el espejo retrovisor.
Su angustia era palpable. No debía llorar delante de ellos, no debía hacer sufrir a nadie nunca más. Llegamos a la casa del abuelo Carlisle. Parecía bastante terrorífica, muy antigua y medio en ruinas. Esa noche todos nos quedamos allí, con Nahuel. No querían dejarlo solo esa noche, o eso dijeron. Seguramente fuera por mí. Pasé de mano en mano, todas frías, intentando que durmiera, pero yo necesitaba algo cálido. Nahuel fue el último en cogerme, algo más cálido que el resto, ya que su naturaleza era la misma que la mía, pero no tanto como necesitaba.
Llamamos a Charlie para decirle que habíamos llegado, así que le pedí a mi madre que me dejara hablar con él.
-¡Pequeña! Ya te echo de menos…
-Lo se, abuelo, yo también te echo de menos. ¿Vendrás pronto?
-El viernes por la noche me pondré en camino. Estaré allí cuando termines de cenar.
-Prométemelo.
-Lo prometo pequeña. Os voy a echar muchísimo de menos estos cinco días.

Mamá me quitó el teléfono y empezó a hablar con Charlie, mientras Alice se sentaba a mi lado.
-¿Quieres llamarle?
-No… -lo había pensado, y ella lo había visto-. Quizá siga durmiendo. O quizá… esté enfadado.
-No lo creo, y menos con la escandalera que ha montado la manada… de todas formas, llamará. No se puede enfadar contigo pequeña. Es imposible.
Fue entonces cuando las lágrimas a las que había impedido el paso en el coche empujaban con más fuerza hacia fuera. Apoyé la cabeza en el brazo de tía Alice y cerré los ojos. Ella acariciaba mi pelo, pero con el pulgar limpiaba las lágrimas que estaban a punto de caer por mis mejillas.
No sé en que momento me dormí. Cuando comencé a despertarme noté calor, no era tía Alice a quien tenía agarrada. Abrí los ojos, pero debía de haber sabido que no era él. Su temperatura era mucho mayor.
-Buenos días pequeña –me dijo Nahuel sonriendo-.
-¿Dónde están todos?
-Emmett y Jazz se han ido a la universidad. Rose y Alice con tus padres a terminar de preparar la casa. Esme creo que está en el jardín. Tenías frío con Alice al lado, así que nos cambiamos y te tapamos.
-Gracias.
-No hay de qué, pequeña.
-¡Buenos días querida! No hemos querido despertarte. Pero en seguida preparo desayuno. ¿Qué te apetece hoy? –dijo con una sonrisa mi abuela Esme-.
-La verdad, es que no tengo mucha hambre.
-Creo que esta niña lo que necesita es un buen helado de chocolate con galletas. ¿Quieres? –me ofreció Nahuel con una sonrisa. Parecía más joven. Sus ojos eran rojos parduzco, llevaba días sin alimentarse-. ¿O prefieres otra cosa? –Ofreció al ver que no decía nada-.
-Quizá… ir de caza. Me apetece un buen ciervo.
-Vamos entonces –dijo mi abuela-. Aunque a Carlisle no le hará gracia que desayunes sangre, pero por un día no pasa nada. Nahuel, ¿querrás acompañarnos? No te vendría mal alimentarte, aprender como lo hacemos los Cullen.
-Me parece estupendo.

Los tres nos fuimos unos kilómetros a las afueras de la ciudad, donde encontramos una granja. A mi abuela no le parecía bien matar ganado de alguien, así que seguimos un poco más al norte. Encontramos unos ciervos, que nos sirvieron de desayuno. Los ojos de Nahuel se volvieron de un color extraño, un tono cobrizo, muy raro. Daba miedo.
Volviendo a casa encontré un zorro, que compartí con Nahuel.
Al llegar a casa me entraron ganas de llamar a mi lobito, pero… no sabía si debía. Decidí que igual sería mejor no llamarle. Él prometió que no se olvidaría de mí, que vendría de visita. Quizá querría darme una sorpresa para el fin de semana…
Me aburría, así que me puse a tocar el violín. A mi mente vinieron unas notas nuevas que sonaron realmente bien. Esme me miró emocionada, mientras Nahuel sonreía. Decidí grabarlo para tío Jazz, que me pedía que grabara algo de vez en cuando. Luego enviaba las cintas a un viejo amigo, según decía. Edward y Alice se reían cuando decía eso, pero yo nunca le encontré la gracia.
Mis padres volvieron a la hora de comer, con una pizza de carne. Era una de mis comidas preferidas, así que me comí casi toda yo sola. Le di un poco a Nahuel, para que también se acostumbrara a la comida humana, pero puso unas caras muy raras que me hicieron reír mucho.
A la noche nos fuimos a nuestra nueva casa. Era preciosa, de dos pisos. Ya la había visto por las fotos de mi abuela Esme, pero no la había visto amueblada. Mis padres abrieron la puerta esperando ver mi cara. Abrí la boca hasta el suelo. La entrada era preciosa, las escaleras subían en un semicírculo, y debajo de ellas había un arco, que daba a la cocina. A la derecha había otro arco, donde había una chimenea enorme, y una alfombra esponjosa en blanco, que contrastaba con la madera oscura del suelo. Había tres sofás, dos en colores hueso y dorado y otro en tonos rojizos y dorados. Había una mesa redonda bajo la ventana de la fachada. En el otro extremo de la habitación había una pantalla plana, y debajo el piano de cola de papá. La pared que pegaba con las escaleras tenía una estantería llena de libros, libros que había en Forks y otros que no conocía. Casi no se veía la pared, empapelada en tonos hueso con detalles dorados. Encima de la chimenea había un cuadro, uno de mi abuelo Carlisle, mi preferido.
-Te lo ha regalado –contestó mi padre.
Corrí emocionada hacia el comedor, donde había una mesa ovalada de madera, más clara que la del suelo. Las sillas eran de la misma madera, con acolchados en color crema. La pared estaba pintada en color tierra, con una cenefa de la misma madera que el suelo. Al fondo había un mueble bar, en tonos más oscuros que la mesa, pero que quedaba realmente bien. En la pared opuesta a la fachada había una puerta de cristal, salí corriendo. Había un pequeño jardín, con un árbol enorme… Como mi escondite. De él colgaba un columpio.
-Espero que te guste la casa cariño. ¿Quieres ver las habitaciones? –me preguntó mamá.
-Sí, ¡me encanta la casa!, quiero ver mi habitación. ¡Ya!
-No, primero el resto. La tuya la última –dijo papá.
-Esta bien…
Los dos se rieron al ver mi falso pesar. Subimos la escalera semicircular, los peldaños eran de la madera del suelo, pero los frontales estaban pintados en blanco. Una combinación muy bonita. Me enseñaron su habitación, al final del pasillo. Era prácticamente igual que la de la cabaña. La misma cama, incluso. Me enseñaron el baño, enorme, con una bañera que más bien parecía un jacuzzi… bueno… era un jacuzzi. Había flores y velas decorando, todo olía a flores silvestres que había bajo la ventana.
-Ven, te enseñaremos el cuarto de invitados. –dijo mi madre.

Era bastante austero, pero bonito. Las paredes eran en color blanco, una alfombra espesa en rojo, una cama bastante grande, con la colcha en rojo y almohadas por doquier. Una puerta abierta mostraba un baño pequeño, con una bañera algo más normal. Había una cómoda y un espejo, y fotos nuestras encima. Me acerqué y cogí una foto de Jake. Me dolía, pero me consolaba. Era una foto en la que yo tendría poco tiempo, aún era bebé. No mirábamos a la cámara, solo el uno al otro.
-Vendrá pronto, ya lo verás –me dijo mi madre mientras me ponía las manos en los hombros.
-Más le vale… -dijo mi padre susurrando, intentando que sólo lo oyera mi madre-. Perdón, pero es lo que pienso…
-Lo sé, papi, lo sé.
-¿No quieres ver tu habitación? –dijo mi madre.
-¡Sí! –salí al pasillo deprisa, pero conté sólo tres puertas. Me giré buscando una cuarta pero no hallé ni siquiera una grieta en la pared. Mis padres se rieron y apuntaron hacia el techo. Mi padre salió y pulsó un botón que había en la pared. Unas escaleras empezaron a salir del falso techo-. ¿Qué? ¡Es genial!
-Espera a subir… -dijo mientras reía mi padre.
Subí las escaleras corriendo, era precioso. Lo que desde fuera parecía un tejado oscuro, por dentro era todo de cristal. Se veía el jardín y el cielo… era precioso. Una valla de madera blanca cercaba lo que iba a ser el resto de mi habitación. Reconocí mi antigua cómoda, pero el resto de los muebles eran nuevos. Una cama enorme, sólo para mí. En el cabecero estaba el mismo grabado que en la antigua cuna, al igual que en el armario que había al lado. Formando una L con el armario y la cama había un escritorio enorme, con tres cajones a cada lado. El centro del escritorio se podía inclinar, lo que me recordaba a la mesa de dibujo que había en mi refugio. Era la habitación más bonita que podía existir. Hecha por mi lobito. Me encantaba, pero no pude evitar que me entraran ganas de llorar. Mi padre se acuclilló a mi lado y me puso el brazo encima de los hombros.
-Espero que su recuerdo no te haga sufrir demasiado.
-No pasa nada, así estaré cerca de él, hasta el día en que volvamos a Forks.

Mi madre se empeñó en dormir conmigo, no quería dejarme pasar la noche sola. Mi padre se sentó en el suelo enmoquetado que imitaba el césped y me cogió la mano.
Todas las noches era la misma rutina. Y el viernes llegó. Estaba muy nerviosa. Jake no había llamado ni un sólo día, y hoy esperaba que viniera con mi abuelo Charlie. Mi decepción fue tremenda cuando Charlie apareció solo. Me hubiera gustado que mi tío Jasper estuviera, eso me habría calmado un poco, aunque le hubiera dado un gran dolor de cabeza. Mi madre había preparado lasaña para cenar, esa que a mi abuelo tanto le gustaba. Quise esperarle para cenar con ellos, pero cuando Charlie apareció solo se me fue el apetito. Sobró más de tres cuartas partes de la lasaña.
Charlie nos contó como había sido su semana y yo le conté todas las cosas que me habían permitido contar mis padres. Cuando terminó de cenar le enseñamos el resto de la casa, quedándose boquiabierto a cada estancia nueva que descubría. Cuando subió a mi cuarto su corazón se desbocó. Aproveché y dije que tenía sueño, que iba a dormir. Charlie me arropó y me dio un beso de buenas noches, para después bajar al piso de abajo, donde mi padre también se despidió, fingiendo un bostezo para dejar a mamá y a Charlie solos, imaginé. Bajaron al piso de abajo, y se sentaron en el sofá. Pude oír la conversación casi sin esfuerzo. Mi parte vampírica crecía cada día más.
-¡Vaya!, es una casa realmente hermosa.
-Carlisle la heredó de su madre –mintió-. Ellos han alquilado una más grande, cerca del hospital. -Vaya…
-Ha sobrado mucha comida ¿esperabais a alguien más?
-Bueno… Esperábamos que Jacob viniera contigo. Ni siquiera ha llamado. No sé si debería llamarle, pero creí que le resultaría incómodo que yo lo llamase.
-Bueno, no sé. No lo he visto en todos estos días. Esperaba que viniera a verme, creí que sabría lo de… -se quedó callado-. Bien, quizá sea mejor así. Se les pasará antes ¿no crees?
-¿Cómo?
-Me refiero, pasar no se les va a pasar, les he visto juntos y sé que Nessie y él se tienen mucho cariño. Pero si no se van a ver más…
-No, no, no, no, se volverán a ver. Él sabe que puede venir siempre que quiera. Al igual que tú.
-Sabéis que… bueno… mi casa está abierta para vosotros también. Aunque no sea tan grande y lujosa como las vuestras… -pude imaginar a mi abuelo sonrojado.
-Papá, no es eso. Prometo que te iremos a visitar, ¿de acuerdo? Pero Edward ha empezado a estudiar medicina, tiene muy poco tiempo.
-Podéis venir los tres, dormiré en el sofá si es necesario. Pero prometerme que al menos vendréis para navidades.
-No lo sé, papá. Sólo quedan un par de meses, así que lo pensaré.

Volver a Forks, no deseaba nada más en el mundo. Deseaba estar allí, en mi refugio, con Jacob. Paseando por el jardín de la casa de los abuelos, o por el jardín de la cabaña. Me gustaba Forks, odiaba este sitio.
-Creí que te gustaba tu habitación –me sobresalté. Mi padre se volatilizó a mi lado-.
-No es eso, papá. Me gusta la habitación, y la casa. Pero me siento muy sola. Echo de menos a la manada, a Claire, a Kim, Emily, Sue… añoro Forks por ellos, simplemente.
-Lo lamento. Pero creo que podría hablar con tu madre. No me parece tan descabellado hacer una visita a Charlie para navidades. Así que si tú quieres, podremos ir.

-¿Lo dices en serio?
-Claro pequeña, sabes que haré todo lo que pueda para hacerte feliz.

-¡Gracias papi! ¡Eres el mejor! –le abracé, era el mejor, siempre intentaba comprenderme y ayudarme en todo, aunque a veces discutiéramos, le quería muchísimo-. Podrías… ¿te quedas a dormir?
-Claro, hazme un sitio. Pero tendré que irme si sube Charlie.

-De acuerdo, pero si te vas vuelve después.

Mi padre comenzó a contarme historias, de esas que leyó hace años. Sabía un montón de historias de memoria… me encantaba escucharle aunque ya hubiera leído ese libro. No sé en que momento de la historia me quedé dormida.

La luz del medio día me despertó. El sol estaba en lo más alto del cielo, era precioso ver esto desde la cama. Me levanté corriendo cuando oí el latido de un corazón en el piso de abajo. Casi se me había olvidado que Charlie estaba de visita. Baje corriendo las escaleras y le abracé con fuerza…
-Buenos día…s. ¡Cariño! ¡Con cuanta energía te levantas! –demasiada fuerza…-.

Vino el resto de la familia a comer. Dijeron que Carlisle estaba trabajando, pero yo sabía que estaba con Nahuel. Charlie no debía conocerle hasta que no estuviera acostumbrado a la vida vegetariana, como le decíamos. Era un riesgo poner a Charlie, que olía tan bien, cerca de cualquier vampiro sediento de sangre. Mamá se controlaba muy bien, al igual que yo, pero mi sed no se podía comparar con la de mamá o Nahuel.
Alice le hizo preguntas a mi padre sobre Sue, poniéndose rojo como un tomate y contestando con evasivas, las cuales Emmett recogía para devolverlas con otro tipo de tono, ese tono que hacía que mamá le regañara siempre.
También se quedaron a cenar, bueno, a vernos cenar. Después se retiraron, poniendo como excusa que iban a ir a cenar a casa, ya que Carlisle saldría tarde del trabajo y querían cenar con él.
Pusimos la tele y encendimos el fuego, nos sentamos en el sofá más próximo a la chimenea y mi abuelo y yo nos pusimos a ver un partido de béisbol. No era tan divertido verlo como jugar con tío Emmett, que a veces no medía bien su fuerza y acababa lanzando la bola a más de cinco kilómetros de distancia. Pero eso no podía hacerlo con mi abuelo, así que ver el béisbol con él, era distinto, pero igual de emocionante. Me encantaba verle removerse en el sofá cuando su equipo cometía algún fallo. Se enfadaba muchísimo, tanto que se ponía colorado y se mordía los puños. Luego, cuando yo me reía, me miraba y se unía a mis risas, alegando que él jugaría muchísimo mejor que cualquiera de ellos.

Después del partido mi abuelo me dijo que quería ver alguna película que me gustara a mí.
-No sé, abuelo, ahora mismo no sé que me apetece ver.
-Porque no revisáis los dvd’s del cajón –dijo mi padre que estaba en la mesa de detrás estudiando-. Allí están todas tus películas favoritas.
-A ver, enséñame cuales han sido las películas que más le han gustado a mi nieta.
-Mira abuelo –me levanté y abrí el cajón, sentándome en los pies de mi abuelo-. Tenemos varias películas de Disney, y de la Warner… quizá… ¿WALL-E?
-No sé de qué va…
-Es de un robot que encuentra una amiga. Es muy bonita y muy graciosa. Me encanta… -me recordaba a Jake. Pero eso no podía decírselo a mi abuelo-.
-¿Otra vez? –resopló mi padre. Había visto esa película como 30 veces con Jacob. Siempre con él. Quizá sería mejor no verla…-. Nunca te vas a cansar de esa película –eso era una indirecta-.
-No creo, es la mejor historia de amistad que conozco –ahí va otra indirecta para ti, papi-.

Mi abuelo se levantó y me puso la película, me tiré en el sofá, dándole la mano a mi abuelo. Él me tapó y después me besó la mano.
Un beso en la frente me despertó. Era mi abuelo, ya se marchaba. Estaba algo descolocada, me había debido dormir viendo la película, pero ahora estaba en mi cuarto y el cielo comenzaba a clarear.
-¿Ya te vas? ¡Es muy temprano!
-Lo sé, pequeña pero le he prometido a Sue que llegaría a la hora de comer. Son casi cinco horas en coche, seis para tu viejo abuelo que para un rato cada dos horas.
-Está bien… ¿volverás este fin de semana?
-Eso espero, si no hay ninguna urgencia en el trabajo, aquí tendrás a tu abuelo.
-¿Has desayunado ya?
-Iba a parar a desayunar después, ¿por?
-¿Desayunas con tu nieta?
-Será todo un placer, cariño. Te espero abajo.
Me puse un vestido de los que tía Alice me regalaba, rosa con muchos volantes y me hice una coleta con mi enmarañado pelo. Quería que mi abuelo me viera guapa, no quería que se fuera pensando que no era capaz de levantarme de la cama para despedirme. Bajé corriendo las escaleras y desayunamos juntos. Le abracé fuerte, no tanto como la mañana de ayer, cuando estaba a punto de meterse en el coche.
-Pequeña, te voy a echar muchísimo de menos.
-Y yo a ti abuelo. Ya tengo ganas de que vuelva a ser viernes –le sonreí-.
-Como un clavo estaré aquí.
-Papá, ten cuidado. Y llama cada vez que pares y cuando llegues. ¿De acuerdo?
-Bella, esto de ser madre… te ha vuelto demasiado sobre protectora con tu viejo padre.
-Tú simplemente hazlo –le sonrió y le abrazó-. Te quiero muchísimo –dijo mientras le daba un beso en la mejilla-.
Me agarré de su cintura para abrazarle y él, con mucho esfuerzo, me levantó y yo apoyé la cabeza en su hombro, mientras papá le daba la mano.
-Buen viaje Charlie. El viernes te esperaremos de nuevo –dijo mientras sonreía-. Puedes venir con Sue, si quieres –dijo leyéndole seguramente los pensamientos y haciendo enrojecer a mi abuelo-.
-Gracias, bueno, me marcho –dijo mientras me dejaba en el suelo y se metía en el coche. Se puso el cinturón y arrancó el coche-. Os quiero chicos –dijo mientras salía a la carretera-.

Así pasó la semana, yo esperando una llamada que nunca se produjo, esperando al viernes para volver a ver a mi abuelo, con la esperanza de que Jake viniera con él. Mis tíos me entretenían todo lo posible, jugábamos a juegos que se inventaban en cinco minutos, cambiando las reglas cada vez que les ganaba. Era divertido ver como Emmett se picaba cuando Nahuel
o Jazz le ganaban. Cuando yo ganaba, no le importaba tanto.
El viernes llegó y otra vez los mismos nervios, la misma ansia, pero algo más tenue, gracias a la presencia de tío Jazz esta vez, por acción de mi padre imagino. Me disculpé unas cien veces por el dolor de cabeza que le iba a producir mi cóctel. Me dijo que no me preocupara por ello, que sería peor si añadía preocupación por él… lo que me hacía sentir aún peor. ¡Pobre tío Jasper!


La tarde llegó, y con ella la decepción. Mi abuelo venía solo de nuevo. Alice apareció también por allí, cogiendo constantemente la mano de Jasper. Se querían tanto…
Me alegré muchísimo por ver a mi abuelo, contando cosas del trabajo, y nos contó un montón de cosas sobre Sue, Seth y Leah. Al parecer no estaba tan solo. Eso me aliviaba.
Fue un fin de semana parecido al anterior, con la emoción añadida de que papá le dijo al abuelo que iríamos a visitarle a Forks por Navidad. Mamá no sabía nada, así que se emocionó muchísimo cuando papá se lo comunicó a Charlie.

El domingo la despedida fue muy parecida a la anterior, con las sucesivas cuatro llamadas de mi abuelo. A mamá le preocupaba muchísimo que pudiera tener algún accidente conduciendo, aún sabiendo lo prudente que era el abuelo al volante. La verdad es que era algo que les preocupaba a todos. Alice estaba muy pendiente de Charlie siempre, le tenía muchísimo cariño también.

Esa noche fue la última que subí a mi habitación. Mi lobito, mi tito Jake, se había olvidado de mí. Dos semanas sin llamadas, no había venido a verme, ni siquiera le había dicho nada a Charlie, ni un solo mensaje. Me tumbé en la cama, entre medio de mis padres.

A partir de entonces sólo dormía en mi habitación el fin de semana, durante la visita de Charlie. El resto dormía con mis padres o en casa de Carlisle junto a cualquiera de ellos, aunque siempre acababa despertándome con Nahuel, al que le pedían un cambio para que no me congelara.
Cuando dormía con mis padres, despertarme era todo un ritual, ya que me habían enroscado tantas mantas alrededor, que rodaba a un lado y a otro como una croqueta para quitármelas todas. Ellos siempre se reían.
El lunes por la mañana fue muy extraño. Me estaba comenzando a despertar cuando mi padre se levantó de golpe.
-¿Qué pasa Edward? –preguntó mamá angustiada.
-¡No, por favor!
-¿Qué?
-Viene nuestro monstruito aterrador a despertarnos… Y además viene excesivamente contenta por algo que me intenta ocultar. Está traduciendo el guión entero de Romeo y Julieta al portugués…
-¡Genial! Será mejor que bajemos… no quiero que se despierte.

Justo terminó de decir su última palabra y un torbellino entró en la habitación, abriendo las ventanas de par en par y cogiendo una almohada.
-Quiero que os levantéis ya, si no usaré mi arma.
-Será mejor que te levantes cariño –me dijo mi padre muy bajito-. Tu tía Alice me está dando mucho miedo hoy –me giré para mirarla-.
-¿Sólo hoy? –dijo mi madre sacándole la lengua-.
-No me quiero enfadar, voy a contar hasta tres. Uno… -mi padre se esfumó-. Dos… -mi madre me besó en la cabeza y me marchó, yo me dí media vuelta para darle la espalda a tía Alice, no quería levantar hoy de la cama-. Dos… y medio… -la miré raro-. ¡Tres! –saltó sobre mí dándome ligeros almohadazos-. ¿Te piensas levantar?
-No, hoy no tengo ganas de levantarme.
-¿Estás segura? –dijo comenzando a hacerme cosquillas-.
-¡No! ¡Para! ¡Para! –mi tía me hizo cosquillas hasta que rodé de un lado a otro de la cama, quitándome todas las mantas-. ¡Vale! ¡Para! ¡Ya me levanto! ¡Ojh!
-¿Ojh? ¿Qué quiere decir eso?
-Pues ¡Ojh!, no sé… me desesperas tía Alice…
-Vístete rápido, hoy te vamos a poner muy guapa.
Me empujó por las escaleras subiendo hasta mi habitación. Una vez allí abrió mi armario, en el que había ropa nueva y donde no quedaba casi nada de la ropa vieja. Mi madre odiaba esa estúpida regla de mi tía sobre no llevar la ropa más de una vez. Para mí servía la escusa de que se me quedaba pequeña, pero mi madre se había enfadado alguna vez con tía Alice por tirarle alguna prenda que le gustaba, aunque nunca le duraba demasiado el enfado.
Me hizo probarme todas y cada una de las nuevas prendas. Acabé con unas mallas negras y un vestido vaquero. Tía Alice suspiró y cogía una prenda del armario. Esta noche me querrás mucho más cuando veas que prenda te vas a poner. Mi madre suspiró y se echó a reír, en parte se alegraba porque al estar yo de por medio ella no sufría el calvario de tener a Alice como estilista.
Mi padre seguía parado junto a las escaleras con el rostro serio. Señal de que algo no iba bien.
-¿Qué pasa papá?
-Nada cariño –miró a mamá-, cosas de mayores.
-Sabes que odio que me ocultéis cosas.
-Verás, es por Carlisle, ha recibido una llamada de un viejo amigo y tu abuelo se ha molestado un poco. Vladimir, no sé si lo recuerdas.
-Sí, recuerdo. No lo definirías como un viejo amigo, ¿verdad?
-No cariño, pero no hay de qué preocuparse.

Pasamos el día en casa de Esme, mientras papá iba a la universidad y mamá ayudaba a Esme en su nuevo negocio. Esme había montado una empresa para decorar casas. Eran las mejores de la ciudad, sin duda. Yo las miraba mientras Nahuel estudiaba en casa. Se había decidido a estudiar Antropología, aunque no asistía aún a las clases, le ponía mucho empeño.

Pasé la tarde con mi tío Emmett, en la casa que Rose y él tenían a medio camino entre mi casa y la de mis abuelos. Tenía una pantalla de cincuenta y dos pulgadas colgada en la pared, y todas y cada una de las consolas, con miles de mandos. La mayoría estaban rotos, no sabía medir su fuerza cuando se entregaba en un juego, menos si era de deportes.

Tía Rose llegó por la noche, me prepararon cena mientras Emmett ponía cara de asco cuando me veía comer.
-¿Quieres un poco? Está muy bueno…
-No sé…
-Venga tío Em… -Le acerqué el tenedor con un trozo de carne-. Es parecido a un oso.
-¡Imposible!
-¡Prueba!
Se comió el trozo de carne, con el que se llevó medio tenedor. No pare de reír en diez minutos, viendo las caras de mi tío y mirando el mango del tenedor que me había dejado.
Cuando llegué a casa papá me abrazó muy fuerte y tía Alice estaba allí con un vestido blanco en las manos.
-Creo que es hora de que te pongas este vestido.
-Pero… tengo sueño, me iba a ir a dormir.
-Yo que tú me lo pondría y esperaría un ratito más a dormir. Aún no has estrenado ese columpio tan chulo.
-Alice… -interrumpió mi padre-. Creo que es hora de ir a casa.
-Hermano, eres muy educado, hasta para echarme. Pero está bien, ya me voy. Sólo me gustaría verla con el vestido.

Me acerqué a tía Alice y cogí el vestido. Subí al baño y me cambié. La verdad es que parecía una princesita con ese vestido. Me hice una cola alta. Cuando salí todos me dijeron lo guapa que estaba. Alice me puso una cinta alrededor de la coleta, en color blanco como el del vestido.
Salí al jardín y estrené mi columpio. Al rato todos se fueron y papá se quedó en la puerta trasera mirando cómo me columpiaba. Me entristecía mucho el estar tan cerca de este árbol, que me recordaba tanto a Jake, mi lobito.
-¿Quieres dormir?
-Sí papi, la verdad es que hoy, estoy agotada.
-Vamos entonces, tu madre ya se ha acostado.
A mamá le gustaba echarse, aunque no durmiera, nunca supe si por acostumbrarme a mí a los horarios de dormir, o porque lo echaba de menos.
Mi padre me envolvió en dos mantas y me tumbó en el centro de la cama. Se tumbó al otro lado, cogiendo la mano de mamá por encima de mi cabeza. Él comenzó a cantar la nana que compuso para mamá, y empecé a soñar.